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Películas religiosas que invitan al debate

Martin Scorsese, Roland Joffé, Liam Neeson o Meryl Streep se encuentran entre los directores y actores que nos acercan a Dios a través del cine y nos trasladan la historia de la Iglesia

Navigator, una odisea en el tiempo. Vincent Ward, 1988 (Filmin y Movistar+)

Fantasía y aventuras donde se contraponen dos épocas: la Edad Media y la Posmodernidad. La trama comienza en la Inglaterra del siglo XIV; ante el avance de la Peste Negra, los habitantes de un pueblo resuelven peregrinar a una gran catedral, cargados de cobre, para entregar como ofrenda una cruz de cuya forja se pretenden ocupar ellos mismos. Guiados por un niño, deciden realizar su trayecto a través de unas grutas. Sin embargo, aparecen no sólo en la otra punta del mundo –Auckland, en Nueva Zelanda–, sino seis siglos más tarde. Los peregrinos destacan por la solidez de su fe, la sencillez de sus creencias, su conciencia comunitaria, su arrojo y sacrificio, y el amor y alegría que comparten. Pocas películas condensan con tanta brillantez las profundas diferencias entre una era esencialmente cristiana y otra caracterizada por su secularización, individualismo y pérdida de ritmo natural y humano.

Silencio. Martin Scorsese, 2016 (Prime Video y Filmin)

Una de las películas de factura más fina por parte de Scorsese, y en la que refleja —como sucediera en la chirriante La última tentación de Cristo (1988)— sus propias inquietudes. La trama se sitúa en una época crucial para la historia de Japón, pero también para la historia de la Iglesia y quizá de la entera civilización cristiana. España y Portugal protagonizan la mayor empresa evangelizadora que jamás haya habido. El país nipón acepta con agrado la Buena Nueva, y cientos de miles de japoneses se bautizan. Sin embargo, las autoridades reaccionan con extrema dureza; persiguen a los cristianos y someten al archipiélago a un cierre de fronteras que durará dos siglos. Aunque Scorsese opta por una visión sombría y relativista, y a pesar de que los protagonistas encarnan a jesuitas bisoños –Andrew Garfield interpreta la antítesis de la sagacidad que esperamos de los hijos de Loyola y Xavier–, el largometraje plantea cuestiones que merecen discutirse.

Encontrarás dragones. Roland Joffé, 2011

Pocas producciones gozan de unos mimbres tan privilegiados. Joffé había dirigido obras maestras como Los gritos del silencio (1984) o La Misión (1986). La trama se basa en nada menos que varios momentos de la vida del fundador del Opus Dei, institución que no deja indiferente a nadie. San Josemaría Escrivá está magistralmente interpretado por Charlie Cox, y a sus padres los encarnan Jordi Mollà y Ana Torrent; sin duda, dos de los mejores actores españoles de los últimos cincuenta años. Intervienen también Unax Ugalde, Geraldine Chaplin y Wes Bentley, junto con Charles Dance y Derek Jacobi. Sin embargo, el personaje de Manolo (Wes Bentley, precisamente) y, sobre todo, su hijo Robert (Dougray Scott, el indigesto «malo» de Misión Imposible II) emborronan la trama, saturada de un exceso de elementos mal engarzados, el acartonamiento de la Guerra Civil y un abuso de voz de narrador. Con todo, esta película plantea –en torno a san Josemaría– varias escenas y secuencias de hondura espiritual.

La poderosa sierva de Dios. Markus Rosenmüller, 2011

Miniserie de producción germanoitaliana. Funciona como una película dividida en dos partes, y traslada la vida de la monja alemana Pascalina Lehnert, asistente y confidente de Pío XII. De hecho, el espectador no sabe muy bien quién es el personaje principal: ¿la monja o el Pontífice? La primera parte relata cómo Eugenio Pacelli ejerce de nuncio en Alemania; al principio en Múnich –era un reino católico dentro del II Reich– y luego en Berlín. Se aborda con rigor histórico la degeneración del país teutón: desde el fallido golpe de Estado de Hitler hasta su llegada al poder por medios más o menos democráticos, más o menos violentos. Luego, Pacelli en Roma, con la ayuda de sor Pascalina, será decisivo en la redacción de la encíclica Mit brennender Sorge. Elegido Papa, Pacelli deberá proceder como exquisito diplomático y jefe de estado neutral. La relación entre ambos, sus ansiedades humanas y religiosas, y el modo como Pacelli entiende el pontificado aportan sanas y profundas reflexiones religiosas.

La duda. John Patrick Shanley, 2008 (HBO Max)

Una de las actrices de mayor valía del cine, Meryl Streep, comparte escena con un solvente Philip Seymour Hoffman y una Amy Adams que ofrece un atinado contrapunto. Streep es la monja que dirige una institución educativa católica, durante la época de los Kennedy y el Concilio Vaticano II. Su colegio está abierto a todas las clases sociales y grupos étnicos, y se halla en el Bronx. Hoffman interpreta a un capellán recién llegado al centro docente, y representa los aires nuevos de la Iglesia. Se muestra integrado en su época, y, en cierto modo, su personaje condensa lo opuesto a lo que encarna Streep, la Iglesia preconciliar, agria y desconfiada. La tirantez entre ambos llega a una situación insoportable, toda vez que la monja tiene motivos fundados —sospechas que van más allá de la mera corazonada— para acusar al sacerdote de comportamiento deshonesto con un alumno. Un enfoque de los abusos sexuales, y del modo de gestionar la Iglesia, que supera con creces al que se plantea en Spotlight (Tom McCarthy, 2015).

Sor Citroën. Pedro Lazaga, 1967 (Movistar+)

Cerca de la ciudad (Luis Lucia, 1952), La Señora de Fátima (Rafael Gil, 1951), Marcelino, pan y vino (Ladislao Vajda, 1954), ¡Se armó el belén! (José Luis Sáenz de Heredia, 1970) son algunas de las muchas películas de temática religiosa que se rodaron en España durante los años en que, casualmente, ejercía la jefatura del Estado el general Francisco Franco. Al igual que Sor Citroën, se trata de largometrajes de tono cándido, con creyentes de buena fe y un clero abnegado. Esta película destaca a los personajes femeninos y, como suele suceder en aquellos años, opta por un aggiornamento suave –sin estridencias, con sonrisa tolerante y devoción íntegra– de la Iglesia, expresado en la evidente metáfora del Citroën 2 CV y la monja conductora. Los rasgos de la hermana Tomasa (Gracita Morales) despiertan simpatía natural: sencillez, constancia, entrega, inocencia con un ligero tono de picardía casi infantil. Melodrama de huérfanos, enfermedades que se acaban curando, y reconfortantes sentimientos.

Católicos. Jack Gold, 1973

Brian Moore fue profesor, escritor de novelas y cine; suyo es el guion de Cortina rasgada (Alfred Hitchcock, 1966), y suyas son algunas ficciones donde desarrollaba sus desasosiegos espirituales. En este caso, logró adaptar la novela homónima al cine en poco tiempo, y en los años en que se realizaba la parte más difícil de la digestión del Concilio Vaticano II, así como su consecuente alteración litúrgica. Con un reparto en el que descuellan Trevor Howard (abad), Raf Vallone (Padre General) y Martin Sheen (Padre Kinsella), la película supone una suerte de distopía religiosa. La trama muestra cómo se supone que acaba siendo la Iglesia católica, que ha entrado en una fase de apostasía fáctica –un sincretismo con aroma de «teología de la liberación» y Modernismo– tras un Concilio Vaticano IV. Frente a una Roma transmutada en multinacional hortera –y sin sentido de la trascendencia–, el dogma, el latín y los sacramentos resisten en una abadía irlandesa. Roma reacciona con implacable despotismo, y el abad, que ha perdido la fe, no sabe qué hacer.

El cardenal. Otto Preminger, 1963 (Filmin)

Una de las películas que aborda con mayor respeto y rigor histórico el peregrinar de la Iglesia católica durante la primera mitad del siglo XX. Se basa en la excelente novela homónima de Henry Morton Robinson, el cual tomó como inspiración la vida de Francis Spellman, de origen irlandés, nacido en Massachusetts y cuya cabeza cubrió el solideo rojo. Con un director de origen judío, algo de colaboración de Joseph Ratzinger, y un reparto en que aparecen John Huston o Romy Schneider, El cardenal es una película portentosa, de gran fotografía y música. Pero es, sobre todo, la narración de conflictos personales, familiares, de vocación y de fe triunfante. Es una historia de incomprensiones y de perdón, de redención y de persecución política. Una película mucho menos condescendiente y fácil de lo que podría pensarse.

Johnny Ratón. Vicente Escrivá, 1969

Con guion de José María Sánchez Silva e interpretaciones como la de George Rigaud, se trata de una película comparable a Sor Citroën: frailes que cuidan de niños, melodrama, nobleza del alma. Sin embargo, hay varios elementos añadidos que merecen destacarse. Por una parte, su protagonista, Robert Packer, o sea, el hermano Johnny Ratón. No sólo es negro, lo que plantea con naturalidad y de manera positiva la cuestión racial para un público español y para la vida de la Iglesia. Ahora muchos españoles están acostumbrados a tener un párroco africano, pero en 1970 resultaba chocante. A fin de cuentas, se trata de retomar algo ya resuelto en tiempos de san Martín de Porres y antes. Pero Johnny no procede de Guinea o Angola, sino de Chicago, y, como todo santo, tiene una vida pasada. Por otra parte, la película sirvió de promoción para la inauguración de la Ciudad de San Juan de Dios en Sevilla.

Un hombre para la eternidad. Fred Zinnemann, 1966 (Movistar+)

El título original de la película parece basarse en el modo como Erasmo de Rotterdam definía a Tomás Moro: vir omnium horarum, «un hombre para todas las ocasiones». Esta película es la adaptación de la obra de teatro homónima de Robert Bolt, quien se encargó del guion, como ya hiciera para David Lean en Doctor Zhivago (1965), Lawrence de Arabia (1962) y La hija de Ryan (1970), o también para Roland Joffé en La Misión (1986). Dirección, fotografía, interpretación, vestuario, guion adaptado… Seis premios Oscar muy merecidos, y una historia en que aparece un personaje a quien todo espectador desea imitar: sencillo pero sagaz, piadoso pero práctico, comprensivo pero firme, ocurrente pero discreto. Un hombre que rechaza la vida de la Corte para salvar su alma, aunque su silencio y su conciencia no le sirvan de parapeto ante la tiranía de un rey cismático y hereje. Entregará la vida sin rencor, porque a Dios la entrega.

fuente: eldebate

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